Welcome to the paradise

Mi intención era publicar esta entrada el pasado 2 de octubre. Pero el trabajo de fin de semana, el increíble comienzo de las clases que me ha tenido con la lengua fuera casi toda la semana y el adelanto de otros temas la han relegado hasta el día de hoy. Me supongo que la duda es de por qué el 2 de octubre. Pues sencillo.

Lo recuerdo como un día oscuro y frío. Me levantaba temprano porque ese día tenía que subirme a un avión rumbo un destino desconocido. Terminaba de cerrar la monumental maleta que me llevaba y me despedía de mis hermanas y mi madre. Yo que siempre he odiado que me vean llorar. A mí que nunca me ha gustado ser débil. A mí se me escaparon las lágrimas esa mañana. Me monté en el coche e hice un esfuerzo sobrehumano para que todo pareciera que iba bien. Llegamos al aeropuerto y, como no podía ser de otro modo, la maleta dio un sobrepeso brutal. Cuarenta y tres kilos, nos dijo la señorita. Es posible que los seis libros de Harry Potter (el séptimo no había salido todavía) colaborasen muy mucho en el sobrepeso, pero... ¿¡Cómo no me los iba a llevar!? Después del correspondiente cabreo de mi padre que, por cierto; me acompañaba en este viaje para poder llevar más maletas, llamamos a mi madre. Nos trajo un par de maletas de manos y pudimos pasar.

Cerca de tres horas después estaba en Madrid. Me recibió una ciudad más fría en todos sus aspectos que la que había dejado. Me recibió su despiadado ritmo y el sentimiento de esto no es lo mismo. Después de recoger las maletas nos fuimos al Colegio Mayor San Juan Evangelista (también conocido como el Johnny) donde, al llegar, me dieron la llave de mi nueva habitación. La 613. Nunca me olvidaré. Cuando abrí la puerta del cuarto hice como si no pasara nada, pero la decepción que tenía por dentro era inmensa. Sobre una de las dos camas había ropa muy bien doblada y una maleta abierta. Ese era mi compañero de habitación. No estaba e intenté descifrar el cómo era por lo poco que veía de él. Dejé todo más o menos colocado y salimos para comer. Ese día solo me moví en taxi y recuerdo toda una tarde paseando por la calle Bravo Murillo con mi padre mientras casi no dejaba de llover. No fue el mejor día de mi vida, no. No fue una tarde ni un paseo maravilloso, no. Pero fue el día en el que todo a mi alrededor cambió. El 2 de octubre de 2007.

Por esa razón quería escribir esta entrada el pasado sábado. Porque ese día hizo tres años de mi llegada a Madrid. Tres años en los que, ¡Dios!, no ha pasado poco. He vivido experiencias fascinantes, he descubierto una ciudad que detrás de su dura, fría y cruel coraza esconde un lugar cálido, lleno de historia y vida. Una ciudad que esconde un hogar. Tres años en los que he conocido gente con personalidades IM-PRE-SIO-NAN-TES que me han enseñado a ser. Los cojoncitos verdes, los frikipotters, la mini-pandi del primer curso de universidad y algunas otras joyas recién descubiertas que están empezando a tatuarse... A todos ellos gracias.

En fin, que llevo tres años ya fuera de casa, lejos de Canarias. Intentando construirme un futuro con los ladrillos que quiero y más me gustan. Una vida que no es fácil pero es, y para mí lo fundamental de todo, mía.

Comentarios

Yagoloro ha dicho que…
Holap!

Que bonito recuerdo... :)
Independientemente de cómo fuera ese día, el hecho de que fuera el primero de tantos otros, el que fuese el inicio del cambio y el paso del tiempo hace recordar que es TU día.

Enhorabuena por labrarte un futuro tan decididamente, ;)

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